Detrás de la forma de los alimentos hay una energía muy importante.
El alimento cumple una función vibracional.
Las células funcionan e intercambian información, resonando en una frecuencia electromagnética perfectamente medible.
La función del alimento es vitalizar y garantizar dicho metabolismo energético.
El cuerpo humano (saludable) resuena en unadeterminada frecuencia oscilatoria (entre 6.200 y 7.000 ).Al ingerir alimentos de igual o superior longitud de onda, el cuerpo no tiene dificultades en metabolizarlo y generar los fenómenos de intercambio, beneficiándose del aporte.
Cuando ingerimos alimentos de inferior oscilación vibratoria, el organismo se ve perjudicado, pues debe elevar dicha frecuencia, a fin de establecer el adecuado intercambio metabólico.
Si este último tipo de alimentos se hace abundante y cotidiano, a largo andar el cuerpo se agota, baja su frecuencia, se desvitaliza y comienza a resonar en niveles inferiores, que son justamente los que emite una persona enferma y en los cuales se desarrollan virus y parásitos.
De allí la importancia de nutrirse prevalentemente de alimentos superiores, como frutas, hortalizas y semillas activadas, que, como vimos, resuenan por encima de los 8.000 y por tanto vitalizan al organismo, evitando el ámbito para el desarrollo del desorden energético, que luego se traduce en enfermedad y envejecimiento prematuro.
Al comer una hoja de rúcula lo que hacemos es recibir la energía lumínica que el vegetal captó y convirtió en energía química(clorofila).
Al exponer dicha hoja al fuego, alteramos ese patrón ordenado y obligamos al cuerpo a elevar dicha frecuencia, para poder resonar y metabolizar adecuadamente.
Por ello la importancia de destruir y alterar lo menos posible nuestro alimento cotidiano, concentrándonos, por el contrario, en procesos que lo vivifiquen y eleven vibratoriamente. Esa es la mejor forma conocida para revertir y evitar situaciones de desorden y enfermedad.
Entonces concluimos que si bien los alimentos aportan nutrientes estructurales (aminoácidos, grasas, azúcares, minerales), tal vez la principal propiedad no sean solo sus valiosos componentes físicos, sino su acción vitalizante sobre nuestro metabolismo energético.
Recientes investigaciones muestran que el factor primordial en la calidad de un alimento, es su energía solar (fotones). A través del alimento, absorbemos biofotones (partículas luminosas), que transmiten a las células importante información biológica para modular procesos vitales del cuerpo.Los biofotones poseen una gran fuerza de organización y regulación que proporciona al organismo mayor movimiento y orden, locual se traduce en una marcada sensación de vitalidad y bienestar.
Cuanta más energía lumínica pueda almacenar un alimento, mayor su valor energético. Por ejemplo, un fruto madurado al sol es mucho más saludable que aquel madurado artificialmente.
Es un hecho que todos los seres vivos (hombres, animales y plantas), somos seres luminosos que vivimos de estructuras de orden. El girasol, por ejemplo, es un depósito de luz excelente, captando y almacenando energía fotónica, y transmitiendo dicha propiedad a sus semillas e incluso al aceite con ellas obtenido.
Por tanto, nuestro alimento es portador de luz.
En consecuencia y por lógica sabemos que cuanta más luz contengan nuestros alimentos, mayor es su valor biológico y menor es la cantidad de masa alimenticia que necesitamos.
Cuanto más pasan los alimentos por procesos de elaboración, más parece que pierden su reserva de luz, de manera que incluso disminuye su poder nutritivo sutil. En cierto sentido tendemos a ingerir alimentos muertos, es decir, sin luz. La energía que obtenemos de la comida sería simplemente la de la luz solar almacenada en las plantas.
De nuestra luminosidad interior depende nuestra salud. Los estudios sobre los biofotones tienen en cuenta incluso los alimentos que ingerimos y la luz que contienen, ya que ésta también se halla en los alimentos, sobre todo en los vegetales frescos.