Escuchamos a nuestro interior y estamos convencidos que "el amor y una buena alimentación asegura un presente lleno de vitalidad y salud".
Nuestra alimentación básica consiste en Frutas, Hortalizas y Semillas en el estado más puro y natural que nos sea posible, acorde al momento y el lugar en donde estemos.
Experimentamos el desapego de todo un pasado de malos hábitos alimenticios, placeres culinarios y adicciones.
En determinadas ocasiones (viajamos mucho) el entorno propone alimentos atractivos pero poco nutritivos y hasta ensuciantes, para evitar la tentación pienso: no es que haya algo malo en consumir barritas de chocolate, pan, etc, siempre y cuando esté dispuesta a pagar el alto precio que esto implica. Más aún cuando son "esos gustitos de todos los días".
La actitud entonces es estar atenta y ser conciente de que cúanto más fisiológica (*) sea nuestra alimentación (pienso por mi pero también por mi familia), menos pagamos con nuestra vida, menos exigimos del entorno y más nutridos estaremos.
Es simple: menos sufro y más feliz soy.
No hay libertad sin conciencia, no hay conciencia sin desapego, aceptación, voluntad y confianza.
"Nuestro cuerpo es la tierra donde la planta del espíritu ha de florecer"
(*) El alimento fisiológico es aquel que puede ser correctamente procesado por las enzimas digestivas, las mucinas y la flora intestinal. Es aquel que nutre, energiza, vitaliza y depura sin requerir procesamiento y sin generar ensuciamiento.
Alimentos ensuciantes: resulta que "el alimento moderno" no es fisiológico y no se digiere correctamente. Genera excesos y carencias nutricionales, consume energía y no proporciona vitalidad. Es adictivo y difícil de controlar, genera mucha toxemia y ensuciamiento crónico.
El grado de eliminación de estos alimentos de nuestra rutina diaria será directamente proporcional al beneficio depurativo que pretendamos lograr. No por casualidad estamos mal y no por casualidad los alimentos ensuciantes representan la base de la dieta industrializada: se consumen en grandes volúmenes, los 365 días del año y muchas veces al día. La decisión y el beneficio está sólo en nuestras manos (y boca). En primer lugar deberíamos descartar de nuestra ingesta diaria todos los alimentos ensuciantes o al menos reservarlos para exepciones.
Lo que está en tu alacena es lo que acabas por consumir. Estos alimentos ensuciantes generan evidentes perjuicios: agotamiento inmunológico, desorden mineral y hormonal, reacciones alérgicas, daños circulatorios, congestión mucógena, desequilibrio de la flora y mucosa intestinal, estreñimiento, consumo adictivo y sobre todo toxemia corporal.
Los grandes grupos son: refinados y azúcar industrializados, margarinas (aceites vegetales hidrogenados), almidones, productos animales, lácteos y derivados, edulcorantes, conservantes, aditivos sintéticos y alimentos cocinados por encima de los 100 º C.
Con esto no basta, resulta imprescindible una buena depuración del interior hacia el exterior (limpiar órganos), personalizar la nutrición, respetar los ciclos naturales durante el día, masticar a conciencia e incrementar la actividad física y el reposo.